Es Tenaún un pueblo de treinta o cincuenta casas, construidas a un costado de una larga calle, que al final tiene una iglesia con tres torres, y frente al mar y las islas Chauques; cerca del desembarcadero estaba el bar “El Cañazo” donde se reunían a jugar partidas de truco: buzos, marineros y patrones de lanchas, a ellos observaban, vaciando una caña de vino, los habitantes del pueblo y los vendedores viajeros que descansaban de andar por las islas. Hasta esa cantina, cual si fuera Lucifer que anduviera recorriendo estas islas, disfrazado de chilote de tomo y lomo, llegaba a beber y cantar rancheras mejicanas y boleros de amores desgraciados, Santos Pérez.
Con la guitarra sobre una rodilla, sumergido en la espesa neblina del humo de cigarros, en un rincón, al final del mesón y enfrente de las mesas de los jugadores, bebe y canta historias de amores traicionados, cuando no recita el corrido de la muerte de Ñancupel, la Peste de Viruela o el del incendio de Castro, mientras los jugadores de truco, entre versos y señas, se amenazan con engaños que traerán la victoria de disfrutar la parranda, sin pagar, ni las empanadas y ni el vino.
Al amanecer Santos Pérez, el musiquero, se embarcará en la primera lancha que va alguna parte, como nadie lo ve partir algunos dicen se convertía en bullicioso triel, zarapito inquieto o silencioso lile negro para irse a otro pueblo de la costa buscando una cantina, alegre reñidero de jugadores de truco y disfrutadores del vino, donde sembrar en el aire sus canciones trasnochadas por el puro gusto de disfrutar de la alegría de las parrandas ajenas.
Claudio Mancilla Pérez
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Castro, Chiloé