Cuando “chicos medianos”, mis hermanos y primos, partíamos de vacaciones
de verano donde los abuelos y tíos.
Nuestra recreación y trabajo simulado era buscar agua todas las tardes con
baldes, “chungas”, ollas y chiucas.
En un amplio espacio, como una meseta había seis pozones de agua
de vertientes y un chorrillo con un tubo de madera donde caía el agua
interminable para llenar envases. En días de sol, chapaleábamos o pisábamos
en las artesas y tinas las frazadas.
Los pozones eran vertientes de exquisita, limpia y transparente agua, no
muy hondas, parecía un lavatorio de laja.
Bajábamos rodando nuestras vasijas de lo alto de la pampa, detrás
también rodábamos riéndonos de la jugarreta. Una vez llenas, subíamos
lentamente con nuestra carga líquida y especial, nos sentábamos a descansar
en lo alto y observar nostálgicos el pueblo de Castro que ya, al atardecer,
se iluminaba. Luego vaciábamos nuestro tesoro al lugar más oscuro y frío
de la casa.
Recuerdo para el terremoto del año ’60 Castro, muchas personas
sobrevivimos casi un mes, tomando el agua de la vertiente que estaba en
el “alto de los Yurac”.
Las vertientes son mi patrimonio; natural, cultural, universal. Es
el tesoro líquido a cuidar.
Gloria Sánchez Mansilla
79 años
Castro, Chiloé