MI ABUELA, CON SUS MANOS DE HORTELANA

Las manos de la abuela chilota dan vida, entregan alimento, protegen la tierra y dan amor. Las manos de mi abuela eran lisas y suaves, ¡solo en mis sueños! Sus caricias siempre fueron ásperas y con rallas, debido al trabajo en la huerta, a la siembra de papas, a cortar la leña, ásperas de enseñanzas, de ritmos de misa y de tortillas al rescoldo.

Mi abuela fue una mujer feminista aunque no lo sabía, ella carneaba los corderos en navidad, sembraba, levantaba tierra, y cosechaba, ensacaba y cocinaba las papas en casa. Si la siembra estaba mala se iba a la parcela que tenía en la playa y en cuanto bajaba la mar, con botas y paldes se iba a la marisca o arremangada hasta los codos de cabeza al pelillo. En la espalda una mochila con una bolsa y un termo, café y unos pancitos con arena, merendabas un frío desayuno. A la subida, se llenaba la carreta con lamilla y se subía al galpón para abonar la siembra.

La viudez hizo que lloraras largas tardes, que durmieras en un colchón sin catre y que caminaras medio día para vender unos milcaos por el pueblo.

Aprendió a tejer antes que a leer, pero ¿cuándo se iba a imaginar que del tejido se ganaría la vida?

Las manos de mi abuela hoy sí están suaves, ahora que está pisando los 70, porque las papas con color pasaron la cuenta y la diabetes no permite que esta hortelana siga con su oficio. Hoy se pasa el día entre escarmenar vellones, hacer hilado y tejer detrás de su estufa (siempre prendida), tomando agua de ruda y mirando la telenovela de moda.

Nombre

Valeria Cárdenas Oyarzún

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Lugar de residencia

Curaco de Vélez, Chiloé