EL CEPILLO DEL MÁS LINDO DE LOS CARPINTEROS

Mi abuelito era un señor bajito, de ojos verdes y manos muy grandes para su tamaño; él hablaba muy poco, siempre creí que era porque fue arriero y eso de andar meses solo con animales le había hecho hablar para sí mismo y se olvidaba de oír se propia voz.  Pasados sus ochenta años dedicaba sus días al trabajo en su taller de carpintero; en ese lugar había magia y mi abuelito era el mago; sin luz y con muy pocas herramientas de tanto en tanto salían de allí, bancas, sillones, marcos para cuadros y todo lo que los benditos palos de leña; salvados por él de la cocina devoradora, fueran capaces de dar, incluso caballitos y por supuesto conejos tallados.

Tenía yo unos 10 años y le pedí me hiciera un banquito de patas cortas; igual al que siempre había usado para jugar; ¡no! me dijo, no tengo madera y bajé la mirada con pena. Recuerdo haber escuchado durante horas, el sonido de ese cepillo, incansable, una y otra vez; copiosas astillas alimentaban el calorcito para hacer el pan, se escuchaba el rumor de la magia en las mañanas y las tardes – ¡que no tenía madera! – pensaba yo. El último día, al término de las vacaciones, cuando guardábamos todo en el auto antes de partir, llegó con mi banquito, el mejor regalo que me han hecho. Yo, al igual que él, esa tarde tampoco hablé, solo le sonreí y lo vi a los ojos con felicidad; han pasado 35 años y aún tengo mi banquito. Este cepillo era el cómplice de todas esas maravillas que emergían de esa leña salvada del fuego.

Nombre

Viviana del Carmen Saavedra

Lugar de residencia

Castro